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Prólogo Laura Freixas Yo quería ser Elena Solís

Yo quería ser Elena Solís

“un libo valiente y necesario”


PRÓLOGO – Laura Freixas


Lo primero que me gustó de este libro fue su título. Es decir, la combinación del título con el nombre de su autora. Que una persona llamada Elena Solís escriba un libro titulado Yo quería ser Elena Solís, me pareció una magnífica declaración de intenciones. Aunque en realidad lo primero que me gustó de este libro fue la sencillez con que su autora, sin conocerme de nada, me escribió para pedirme que lo prologase. Lo segundo, el título. Y lo tercero, el contenido. Que es coherente con todo lo anterior.
Hace ya años que he empezado a interesarme, cada vez más, por un tipo de libros que forman un grupo aparte en la literatura: las autobiografías de mujeres. Sucede que un buen día caí en la cuenta de algo evidente, tan evidente que no deja de maravillarme lo poco que se habla de ello, y es la ausencia de mujeres en el relato de la historia. La historia, y la cultura en general, hablan muy poco de las mujeres, pero sobre todo, dejan hablar muy poco a las mujeres. Desde que me saltó a la vista ese desequilibrio, y lo ingenuo que era esperar que se corrigiera por sí solo con el tiempo, busco diarios, confesiones, autobiografías, memorias, novelas autobiográficas o autoficciones escritas por mujeres. Cuanto más sinceras, más arriesgadas, menos protegidas por las convenciones. menos sumisas a la obligación de guardar silencio sobre esto o aquello, mejor. Por eso me ha gustado tanto Yo quería ser Elena Solís. En su escritura descarnada, breve, acuciante, hay una especie de urgencia. Una necesidad de decir, con franqueza, directamente, sin ambages, cosas que nadie ha dicho antes, o no, al menos, con esa sinceridad brutal. 
Yo quería ser Elena Solís tiene tres partes. La primera, un texto relativamente largo (“Lo que sea que haya sido”), está escrita en tercera persona, y narra el matrimonio de una tal Elisa con un hombre llamado “el tipo” (luego descubrimos que tiene nombre: Adolfo; pero no por eso deja de ser “el tipo”). Es una narración neutra, distante, factual como un diagnóstico clínico, de cómo nace y se desarrolla (aunque esté muerto por dentro) un matrimonio convencional, de clase alta, con prole incluida. El estilo es tan frío y telegráfico por el mismo motivo que justifica el uso de la tercera persona: la absoluta falta de implicación, la apatía emocional, de la protagonista, que se siente “la encargada de un hotel de lujo con todos los servicios, incluida la prostituta por la noche”. Y también por otra razón, y es que lo que cuenta es tan impactante –esa desconexión emocional de la mujer y del marido, esa actuación de autómatas, esa total y absoluta ausencia no ya de amor sino de cualquier vínculo o comunicación entre ellos-, que no hace falta adjetivarlo. En ese sentido, me recuerda un famoso libro del escritor francés Jules Renard, Pelo de zanahoria, cuyo tema, ahora lo pienso, viene a ser el mismo. Donde Solís retrata un matrimonio que es pura fachada, una farsa, Renard retrata a una madre cuyo amor maternal encubre el odio; y lo hace, como Solís, con una escritura escrupulosamente neutra. Lo más chusco, en ambos casos, es que al parecer a nadie del entorno de los protagonistas les llama la atención, en lo más mínimo, lo que ocurre realmente en esa familia. Desde el momento en que hay una pareja heterosexual y casada, papá, mamá, el nene y la nena; desde el momento en que todo transcurre bajo la cáscara de lo convencional, a nadie parece importarle que por dentro todo esté helado, o podrido. También me ha recordado la novela (o más exactamente, autoficción) La mujer helada de otra autora francesa (una de mis escritoras preferidas), Annie Ernaux.
La segunda parte, formada por textos cortos (“Capitulación”, “Tesis de doctorado”, “Cuando no me llamás”, “Con la valija llena”, “El lavarropas” –que es uno de mis favoritos-, etc.) es de transición. Un comienzo de deshielo. Aquí, la tercera persona deja parte a una primera mezclada con segunda: una yo que habla a una tú, narrando una historia de amor, esta vez homosexual, que no termina bien, pero que al menos es auténtica. Ese yo que en la primera parte estaba tan vacío, tan ajeno a sí mismo, que no podía habitarse y se tenía que desdoblar en una voz narradora en tercera persona, aquí empieza a encontrarse, a reconocerse, aunque se implica demasiado con un tú con el que forma una relación simbiótica (el yo y el tú parecen intercambiables), de la que yo tendrá que rescatarse a sí misma. 
Es en la tercera parte donde Elena Solís consigue, como quería, ser Elena Solís. Aquí, el yo es pleno, gozoso. La nueva Elena Solís tiene, desde luego, muchos más problemas prácticos –de dinero, de custodia de los hijos, de enfrentarse al rechazo social- que la “Elisa” rica, convencional y zombi de la primera parte. Pero es quien es. No un molde social vacío moviéndose como un autómata, sino una mujer de carne y hueso. Que reconoce y asume sus deseos, le (o nos) gusten o no. Es lujuriosa, egoísta, alegre, cruel (como en “704”), activa, enamorada, vengativa, emprendedora... Es como su perra, Jacinta, de la que dice: “Me gusta verla correr. Quiero que sea salvaje, grande, fuerte, canina.” Y narra, opina, dice, con sencillez, directamente, incluso con desfachatez: no se anda con rodeos. Aquí, el texto de Elena Solís evoca la obra –los relatos, y sobre todo la poesía- de su compatriota, la uruguaya Cristina Peri Rossi.
Afirma en algún momento la narradora de este libro que quiere “aportar (su) granito de arena en la enorme maquinaria social”. Lo que dice, claro, es contradictorio: por una parte colaborar (“A veces pienso que quiero pasar por un agujerito en la barrera que separa a toda esa gente de nosotras, que para eso escribo”), por otra, sabotear el bien engrasado engranaje social (como en el ácido y divertido relato “Hockey y fútbol”); pero ambas intenciones, me parece, son sinceras, y ambas actitudes necesarias. 
Yo quería ser Elena Solís es el relato de cómo una mujer descubre, conquista, crea, su identidad. Hasta la conclusión victoriosa: “Me doy cuenta de que soy exactamente quien quiero ser”, dirá al final. ¿Y quién es esa Elena Solís finalmente realizada? “Una artista, libre, sin horarios, sin secretos”. Sin secretos: esto es lo fundamental, lo que este libro aporta. “Nada que no pueda escribir”. Para escribirlo todo, incluso lo que no se dice, lo que está mal visto, de lo que no se habla… hace falta mucha valentía. Elena Solís la tiene. Yo quería ser Elena Solís me ha parecido, en definitiva, un libro valiente y necesario.

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