Me destripás
Para hacerme el amor
me destripás.
Me hablás de mi hijo.
Aflojás el corazón
y el pulmón izquierdo.
De mi hija, los quitás y los apartás dejándolos caer al lado
de tu sofá.
Me hablás de mi madre.
Ponés el bisturí en el lóbulo derecho de mi cerebro.
De mi padre, en el izquierdo
y en el estómago.
Sacudís en pequeños movimientos circulares
hasta que los quitás y los dejás caer
al otro lado de tu sofá a rayas.
Después le llega el turno a mi carrera de letras.
¿Por qué no la terminé?
Me removés los ojos, las vías respiratorias y la lengua
hasta quitarlos
para depositarlos en tu alfombra
color crema
De mi ex marido.
Agarrás el intestino
lo desenredás como la línea de una caña de pesca
cuyo reel se ha trabado en el aire, antes de llegar a la mar
Lo desenredás y lo ponés todo frente a mis ojos.
Me obligás a olfatear
toda la extensión de mi intestino delgado y grueso.
De mis amores pasados
Hacés una incisión a lo largo de todo mi cuerpo
y me vas descubriendo lentamente de mi piel desgrasada
de mis músculos firmes y chiquitos
Seguís amontonando órganos desechos
con tus propias manos.
Bajás el mentón para agarrarlo todo
Y olisquearlo, como una leona hambrienta
Agazapada, mirando a un lado y otro
Llevás el botín vivo, tibio, a tu cama.
Lamés el intestino.
Besás el cerebro.
Tu lengua juguetea con mi lengua suelta, sin garganta.
¡Qué esfuerzo amoroso ha de ser recomponer ese cuerpo
en vez de tragarlo!
Recomponerlo.
con cada beso
cada caricia
¡Qué precisión tienen la yemas de tus dedos blancos!
Cuando estoy armada toda otra vez
y empiezo a despertar
siento tus espasmos
tu respiración agitada
tu aliento.
Me apretás muy fuerte, más fuerte aun, para ensamblar todas
las partes.
Te quedás a mi lado.
Cuidás mi convalecencia.
Me besás suavemente en las mejillas
y en la comisura de los labios.
Tu rugido se vuelve más suave, aliviado
va alejándose por la jungla y la niebla.
Cuando vuelven los signos vitales
me preparás el desayuno
y me das el alta.
Te vas de mi casa ya
Te eché de mi casa-
Te grité.
Eran las tres de la mañana.
Yo tenía que dormir.
Vos decías palabras frenéticas.
Como los genios.
Los poetas y los locos.
Eran las tres y algo de la mañana.
Pero tus palabras no sonaban bien, no eran bellas
Yo tenía que dormir
Fui clara
Hablé de mi vida
De lo que yo quiero para mi vida
De lo que nunca más
Si tuviera veinte años. Si todavía los tuviera,
hubiera pasado la noche en vela,
cobijándote,
diciéndote que no,
que la ciudad no se inundará,
que sobreviviremos,
que no nos quieren matar,
de hecho les importa un bledo, tranquila
Pero me acerco a los cincuenta
Estoy demasiado cansada
De todas esas cosas.
Te grité
Dije cosas horribles,
Aunque eran ciertas
Cosas que por verdades fueron crueles
Y violentas
Quería estar segura de que
No volverías nunca más
Que nadie, ni yo misma
Podría hacerte, ni siquiera pedirte
Que volvieras
Ventanas
¡Qué extraño es conocer a alguien y empezar a quererla!
Vos tenés toda una vida previa y yo también.
Quisiera cambiar tu vida, pero no tengo derecho, no vale la
pena el esfuerzo, sé que será en vano.
Para atrás, imposible.
Para adelante, ni hablar.
Me da pereza.
En verdad no lo deseo.
Y ya no sé qué deseo.
Ni siquiera quiero cambiar mi vida, eso está claro.
¡Qué raro es llegar a un momento en que no se aspira a un
cambio!
Tengo ansiedad, pero no sé de qué.
Si lo pienso, si lo pienso bien, estoy completamente segura
de que no quiero cambiar absolutamente nada.
Vagamente aspiro a un estado de cosas en el que un montón de
personas de mi generación vivamos en paz y algo conectados entre nosotros,
escuchando música y leyendo, y que, en una de las ventanas de uno de los
apartamentos estés vos, escuchando música y leyendo.
Afuera hay destrucción.
Pero algunos estamos escuchando música y leyendo.
Nuestras ventanas encendidas, nuestras nucas.
Y de vez en cuando salimos, caminamos semi escondidas y nos
metemos en el apartamento de la otra.
Después de tanta, pero tanta vida, eso es lo mejor que hemos
conseguido y ni siquiera podemos quejarnos.
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